lunedì 29 marzo 2010

El ataque a la Iglesia y a Pedro


Es un tiempo difícil para la Iglesia y para su Papa. Está en el destino de la Iglesia y de su Pedro recorrer las etapas de su divino fundador, que incluye naturalmente la Cruz y la Pasión. No es una casualidad que todo este escándalo mediático, hábilmente montado, suceda en el tiempo litúrgico más importante para los cristianos, el tiempo de la Pascua. Y esto tendría que hacer reflexionar aun más sobre el futuro de la Iglesia. De ataques y ultrajes al Papa la historia está llena, desde la bofetada de Anagni al Papa prisionero en Castel Gandolfo. Pero esto es diferente, aunque era previsible desde los primeros días de la aparición del escándalo, cuando aún las acusaciones giraban alrededor del hermano sacerdote del Papa, Georg, y se jugaba sutilmente sobre el término "abusos" en la coral de Ratisbona, insinuando que además de las bofetadas volaba también alguna caricia de más. Después la atención se desvió directamente al destinatario de esta gran polvareda: aquel que es inatacable sobre el plano del pensamiento y de la doctrina, un filosofo y teólogo mucho más agudo y profundo que los varios pensadores modernos, podía ser atacado solo en el plano personal, a través de las insinuaciones infames y tiradas en las portadas de los periódicos. De aquí que el exhumar de un escándalo viejo de hace casi 50 años, utilizando los abusos pedófilos de un cura alemán, esté intentando embarrar a toda la Iglesia. El objetivo es claro: llegar a la ecuación sacerdote-pedofilo y deslegitimar la autoridad del Papa, culpable de haber callado o enterrado varios casos. Desde su experiencia bimilenaria, la Iglesia sabe que en su interior conviven santos y traidores del Evangelio. Estando esta acostumbrada a la traición de sus hombres, también entre aquellos más importantes y fundamentales. Primicia en este caso fue la traición de Judas, elegido por Jesús para formar parte de los doce apóstoles, que vendió su Señor por 30 míseras monedas. Pero también el era un elegido, como los otros 11 que después dieron fruto, muriendo casi todos mártires y siendo testigos vivos del mensaje de Jesús. Y ya que la Iglesia vive en sus miembros la vida de su Pastor, también hoy en su interior hay siempre un Judas preparado para traicionar su llamada. Por esto los escándalos que suceden como dijo Jesús, no deben sorprendernos pues siempre los habrán, pero también añadió firmemente "ahi del hombre por culpa del cual sucede el escándalo!", recuerda el Evangelio. La respuesta del Papa ha sido cristiana en modo ejemplar: "Dureza con el pecado y misericordia con el pecador". Los jacobinos de aquí y los del otro lado del Océano, siempre preparados con las horcas en la mano para pedir justicia sumaria y siquiera las dimisiones, como si el Papa fuera un funcionario del correo, se han decepcionado y aun más contrariados de tal respuesta, continuando su ataque. A estas personas, hijos del '68 y de la liberación sexual para todos, niños, viejos, animales, pervertidos de la primera hora, no les importa nada el acabar con la pedofilia. Ellos tienen un anhelo de sangre, y como perros hidrófobos lanzan sus documentos que no demuestran nada, si no la respuesta evangélica de siempre dada por la Iglesia. Frente a este escándalo, dureza con el pecado y misericordia para el pecador: esto a los jacobinos justicieros no les gusta. Ningún comentario sobre el hecho que la totalidad de los sacerdotes incriminados fueran también homosexuales: lo políticamente correcto no se encadena con la verdad de las cosas. Ninguna palabra sobre los escándalos sexuales de los rabinos de New York: un perro no muerde a otro perro.

Que este Papa no sea simpático lo tienen todos muy claro. Intenta guiar a la Iglesia a la luz de la Tradición y no solo del Concilio Vaticano II como querrían muchos de adentros y fuera de la Iglesia; es un pensador brillante, es hijo de la verdadera catolicidad alemana. Además no es mediático, no hace reír, su seriedad irrita la sensibilidad nihilista de la diversión y del placer. Hay aún una voz en el mundo que grita en el desierto, y esto es imperdonable. Hasta se ha permitido de mediar con la Fraternidad de Pio IX (antisemitas, ultra-tradicionalistas, gritan las "ovejotas cobardes - pecoroni invigliacchiti, ndt - como decía Don Bastiano en la película "Il Marchese del grillo"), y de acoger a 50 sacerdotes anglicanos en la Iglesia de Roma. Es un Papa imperdonable porque aun lucha con el relativismo dominante, con la absolutización del placer, con el estilo de vida de una sociedad que es evidentemente en contra del hombre y sus necesidades más profundas. Se ha atacado a este Papa, como ha dicho justamente Marcello Veneziani, con los últimos dos tabúes en vigor: el nazismo y la pedofilia. Y los medios bien reverentes se quedan todos atrás a cabalgar la onda justicialista, ahora en contra el sacerdote pedofilo, ahora en contra de la Iglesia como institución, ahora en contra del Papa. Sin entender que hoy la única barrera al pensamiento hedonista y nihilista está propiamente en aquella Iglesia que contestan, que con jadeo la desacreditan con vanos moralismos, cerrando los ojos frente a los tantos vicios de sus compañeros "liberales".

Después de tanto pudor e indignación deberíamos esperar una especial atención sobre la pedofilia en los más variados ambientes: en las escuelas, en el turismo sexual, en el ejército, en los hombres del gobierno. Pero es seguro que no sucederá: su finalidad no es noble, ellos no quieren combatir la pedofilia. Quieren solamente embarrar, sembrar odio y descrédito. Y la Iglesia puede haberse equivocado a manos de hombres traidores y cobardes, de nuevos Judas de la historia, y me parece que no hay temor en admitirlo, como demuestra la carta del Papa a los católicos irlandeses, pero no puede ceder frente a la furia jacobina.

De que parte procede este ataque se descubrirá poco a poco: este Papa es demasiado incomodo para los liberales, demasiado tradicionalista para muchos cristianos, demasiado bien preparado para muchos protestantes y demasiado católico para muchos judíos. El New York Times, cabeza del escándalo, responde a los poderosos poderes de los medios, aquellos judío-masónicos que son los más grandes enemigos de la Iglesia, que tan bien se encuentran con aquel latente anti catolicismo de la izquierda liberal americana (alguien decía que el anti catolicismo es el antisemitismo de los demócrata-liberales americanos).

Para los pobres cristianos agarrados por la duda, y a los católicos desorientados por el escándalo, les es útil la historia de San Francisco de Sales. Justo en seguida de la Reforma de Lutero, derivada de la indignación provocada por la disolución de las costumbres en la Iglesia de Roma (el Papa tenía nueve hijos de seis concubinas: también aquí vale notar que a pesar del pecado de los hombres, no se ha cambiado uno iota en el Magisterio y en la Tradición de la Iglesia), el santo francés se dirigió a aquellos territorios de la reforma protestante predicando el Evangelio y arriesgando su propia vida. Cuando le preguntaron que pensaba de los escándalos de sus colegas sacerdotes, a menudos adúlteros y viciosos, el contestó:

"Aquellos que cometen este tipo de escándalos son culpables del equivalente espiritual de homicidio, destruyendo la fe en Dios de las otras personas con su pésimo ejemplo - y luego añadió - pero yo estoy aquí entre ustedes para evitaros un daño aun peor. Mientras aquellos que causan a uno escándalo son culpables de homicidio espiritual, aquellos que acogen al escándalo, y permiten que los escándalos destruyan su propia fe, son culpables de suicidio espiritual".

Para cada Judas, hay 11 apóstoles preparados a morir para la verdad y para la fe. A los amigos que me piden consejo en este tiempo de tempestad, les digo una cosa que me parece simple y evidente: la batalla recién empieza y estamos aún en un tiempo de relativa paz. El odio hacia la Iglesia y los cristianos requerirá una fe cierta y profunda. En tiempo de paz los soldados afilan las espadas y las bayonetas, así también nosotros reforcemos nuestro espíritu en la fe y en la caridad. Como ha dicho el Papa en el Angelus: "Desde Dios procede la fuerza para que nos no intimiden contra el chismerío de las opiniones dominantes". Creo que tenemos que pedir una fuerza mucho mayor que aquellas necesarias para no dejarse intimidar por el simple chismerío. Esta gente no se detendrá con algunos títulos periodísticos ni con encuestas sobre el último escándalo: lo que está en juego es muy grande, y requerirá probablemente el tiempo de nuevos mártires.

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